Cuando te muerdes la lengua.

Hoy ya me tiene hasta la madre esa capacidad tan inagotable para contradecirse. Para bailar entre lo mediocre y lo que siempre ignoras. Lo bueno es que no te cansas y que en esto sí hay cierta constancia, que para variar tu sonrisa falsa como tus ganas de volver a ser virgen te delata.

Los buenos actos no necesitan reconocimiento. Se dice que los mejores donadores son aquellos que nunca dan su nombre; por mi parte podría decir que permanecer anónimo hasta la instancia de haber dormido juntos me es casi imposible. Pero la cuestión no es esa y la verdad no sé por qué me enoja que estés tan pendeja.

Por otra parte, no sé qué esperaba. Mira que llevarte a mi casa y pedirte que reconocieras lo que tu dulce miopía te impide ver, era pedirle rubias al olmo. Rubias, cabrón. De todas formas yo tampoco sé por qué te hago preguntas en lugar de invitarte a coger. No tengo derecho ni con qué ojos pedirte que des tres pasos atrás y mires todo el panorama, si de todas formas yo estoy igual de pendejo. El Odio, dice Rodolfo Serrano, es una cara del amor. Una de tantas...

Si ella se va, no la perdones.
Si te deja, cultiva bien tu odio.
Nunca seas generoso en olvido, si ella se va.
Si te deja no digas adiós
o "Qué vamos a hacerle", no pidas perdón.
No repases vuestras fotos
y, mirándole a los ojos,
regálale eterno tu odio.

Si ella se va, no trates nunca de entenderla.
Maldice sus pasos.
Nunca creas sus despedidas, sus promesas, su explicación.
Y provoca llanto y dolor,
que queme su conciencia como el sol,
que el adiós le corte como una cuchilla.
No te confundas, ella es la asesina.

Porque cuando ella se va
alguien la esperará en la esquina.
En otros brazos reirá con otras mentiras,
dirá "Te amo, cuánto tiempo te he estado esperando".
Y te olvidará, todo habrá muerto,
y aquel otoño nunca habrá sido vuestro.
Para qué mentir, que ella se lleve,
aunque dure poco, tu odio para siempre.