Bueno, como mi tema favorito de conversación soy yo mismo, esta vez diré algo que apoya la tesis que un mundo regido por mí, provocaría en sí un fishocidio en proporciones épicas. Todo ello planeado por mí mismo. Es como cuando hay genocidio de chinos y bueno, al final como todos son iguales, uno no sabe si mató apropiadamente.
Tzara.
Venía en el taxi y pensé que sería buena idea comenzar a hablar. Y fue cuando me di cuenta que sin querer siempre salgo al tema: yo, yo, yo. Y la verdad es que me molesta un poco eso porque de otra forma tendría que hablar de otras personas y, eso, hasta donde yo sé, es antirreglamentario. O sea, mal.
De modesto tengo poco; y lo anterior es lo poco de modestia que hay en mí.
De un tiempo para acá, lo he pensado seriamente y creo que sería buena idea tomarte de la mano y decir: bueno, va. Porque por lo menos lo sabes pero nunca te lo he dicho; en eso de los volados, en eso de ganar o perder, la posibilidad de una miseria es, de por sí, repetitiva en extremo amarga. Pero uno tiene exactamente el mismo porcentaje de probabilidad (un 49.999999% en realidad, pues hay alguna oportunidad que la moneda nunca caiga perdiéndose en el bolsillo de algún avivado o desapareciendo para siempre) de una victoria.
La gloria, en este caso, se deriva también en suerte (que ya la hay, o ¿a poco crees que fue casualidad?). Del largo trayecto que generalmente se recorre acompañado y del incesante tormento de perdernos a nosotros mismos: ya no los dos, sino cada quien. La mordida del destino, tajante e inclemente, nos regaló un pedacito de felicidad que uno, por instinto, planea estirar y estirar. Sin albur.
Hoy que faltan sólo 9 días para que den las 5.30, puedo permitirme bostezar en tu cara como insinuándote que sería buena idea echarnos a dormir. La verdadera intención tras todo esto ni siquiera existe, por eso existen las promesas, por eso voy a cumplirte la primera.