Civilizados

Nos comunicamos por alguna especie de telepatía, indescifrable. Tú, al fondo del vagón con tu mochila sobre tus piernas. Mirando a no sé dónde, luego me viste y estabas llorando. Nunca en mi vida me había encontrado tan desprovisto de opciones. No sabía que hacer.

Estaba tan cerca de ti que pude haberte preguntado tu nombre, preguntarte a dónde ibas o que si no se le antojaba ir a la azotea, a platicar. Estaba tan cerca que tus suspiros eran como gritos despiadados, estruendos horrorosos atorados en un patio. Me doy cuenta que mis ideas hoy son enunciados cortos, ideas rápidas, balas como en la canción, un relámpago que ilumina todo por lo menos un instante.

Aprendí con el tiempo que nunca es conveniente salir sin una pluma. Un día podría haberme encontrado alguien dormido a quién pintarle bigotes y ¿con qué se los iba a tatuar? ¿Con el dedo?. Un día encerré la frase que le da sentido a tu vida en una cajita de cerillos y la abandoné en la bolsa de una señora que se veía destrozada. Pero a ti no sabía si dibujarte fe en las paredes o si quiera un bostezo para imaginar que las lágrimas eran de sueño.

En un minuto uno de desplaza de Juárez a Refugio. Justo a los 60 segundos las puertas se abren. Pero las ideas van mucho más rápido. Anidados todos los pensamientos como apelmazados sobre mi cabeza y la incapacidad de hacerte sentir mejor. Soy un pendejo corazón de pollo, para cuando me fui me sentía tan responsable de tu pinche tristeza como tú misma.