El insomnio no es technicolor

Llevo tres minutos de esos que pasan rápido viéndome al espejo. Cada segundo me logré maldecir y desearme lo peor. Pero igual no me lo creo, nunca pude ser totalmente honesto al odiar. Hace rato que pasó lo que tuvo que pasar, por tu insistencia, me interrogué solito. ¿En qué putas pensabas? Y la verdad no lo sé. Porque uno no logra descifrar lo que siente en su totalidad. Más aún que uno abandona toda esperanza de recluirse en el célebre regazo de la felicidad y decide remitirse al más profundo abismo de la amargura. Puta madre. Y sólo me queda un cigarro. Lo estoy pensando seriamente, estoy escogiendo el momento para prenderlo y en 21 ocasiones envenenarme. ¿Qué querías? Bueno, decir 21 es en sentido figurado, lo del veneno es constante. Todo el tiempo, a toda hora uno respira con entusiasmo el aura de la muerte. Sin saberlo. Sin tener plena certeza de lo que está haciendo, de lo que está diciendo. De lo que piensa. Especialmente lo que siente.

Por mucho tiempo pensé en generalidades irrefutables; razonamientos comunes y que siempre tendrás un final probable. Hoy no. Porque la realidad está bien chueca, mujer. Como mis dedos, como tu espalda. La realidad ni siquiera es probable, no es como uno piensa que las cosas pasan. Es el tercer intento, con este, de encender el cigarro. Bueno, es el último.

Y al final no puedo decirte realmente en qué consiste esto. Ni siquiera un consuelo o un pequeño esbozo de lo que hay acá adentro. Ni una pulgada de idea. Igual fue que me descubrieras y no se me ocurrió algo bueno por decir. Pero en fin, tal vez tengas razón y estoy equivocado.

Ojalá que sí. Ojalá que tengas razón.
Ojalá que las hojas no te toquen ash bueno, ya bye.