168 horas, post 168 III

Hay cosas que me siento feliz de poderlas omitir. Son situaciones o circunstancias propias de los que se quieren, nada que pueda prestarse a malas interpretaciones.

Yo me siento contento por muchas cosas; muchos de mis días felices ocurrieron todos juntos y en sólo una semana. Así ocurre cada que nos vemos.

La idea era que me iba a quedar en casa de su mamá acompañada con ella. Ese era el plan, pero como dice el dicho "no confíes en tus suegros, si vienes de lejos te interrogarán"... que no hay un dicho así? Bueno, pues como a Emilio, me vale madre.

Así que el acto de alta traición había sido consumado. Ese día yo me iba a ir solito a casa de mis suegris para enfrentar la muerte. Y me fui, llegué, hablamos de los aviones, buenas noches.

¿¿¿¿???? ¿Y las preguntas incómodas? ¿Y mis cincuenta mil pesos? Nada de qué quieres con mi hija, nada de a qué te dedicas, nada. Sólo una frase llena de sabiduría. Que si la quiero, debo buscar su bienestar. Y en esas ando.

El episodio no llegó a más. No hubo tal interrogatorio ni mesa de tortura. Y de ahí, todo fue más leve. Señores, no puedo dar tantos detalles como yo quisiera, pero es simplemente esos pedazos de mi vida que se pueden construír como puentes, enlaces. Es repetirlo todo otra vez, es la noche que parecía nunca terminar. Era huír de nosotros mismos para encontrarnos bajo sábanas, de nuevo, otra vez.

La de la foto es su hermanita, Estefanía, que tiene más carisma que todos mis amigos y yo juntos (bueno, eso está fácil) y es más educada que Juan Manuel.

Una vez me dieron un consejo, nunca había sido algo tan preciso y tan comprimido. Vive hoy. La distancia, señorita de la Pimienta, nos baña de nostalgia, los kilómetros son, a su vez, una manera de calibrar los recuerdos. No hay instante, contigo o sin ti, que no desee repetir. Es un minuto a tu lado, es todo un día, es todo y siempre es hoy. Y hoy fue contigo.

Sólo un episodio. Un día abrí los ojos y ahí estabas tú mirándome. Me besas y aparece el sol.