Retrasos
Tomé quinientos pesos de lo que había ahorrado para el viaje que haría unos años después para Sayulita, para comprarle a Claudia un celular para que me notificara todo avance en el asunto del embarazo. Vaya, si voy a tener un hijo creo que este dinero no me servirá para otra cosa más que para que pueda mantener un poquito las necesidades Claudia y tal vez hasta para unos pañales. La idea de ser padre se había convertido en toda una realidad que ya asimilaba. Mis papás todavía no sabían. Con sólo acordarme de la tuza que le puso mi mamá a Arturo cuando se lo encontró con Graciela cogiendo en el cuarto de mis papás, me dan escalofríos.
Ahora imagínate cuando se entere que va a ser abuelita… Atizar la hoguera. La escena me parecía tan apocalíptica como el mismo embarazo de Claudia. Aunque el proceso de asimilación me había convertido en alguien más flexible, más sensible… la imagen de Claudia con su pancita me resultaba por demás enternecedora… Presumiéndome su pancita en un overol gigantesco. De pronto me enteraba por propia cuenta de lo egoísta que estaba siendo… No se puede vivir de la ternura. No se puede, incluso, sobrevivir del amor.
De todas formas yo comprendía que aún habiéndola, la posibilidad de convertirme en millonario existía.
Era la segunda semana después de que Claudia cambió, de manera tajante, toda mi vida. Desde entonces le prestaba más atención a las señoras que se asomaban por la gasolinera, desde entonces me había convertido en otro Mario.
Estaba en clases. Platiqué con Octavio del asunto nuevamente y me dijo que él me ayudaba en lo que pudiera, que hasta se ofrecía para padrino. Inexplicablemente yo tenía la esperanza de que los retrasos de Claudia fueran eso, retrasos. Que Claudita no estuviera embarazada, que todo haya sido un gran susto. Tenía más fe en eso que en aquella idea que entonces se volvía más palpable de hacerme millonario. No seas pendejo, ninguna de las dos cosas va a pasar, Mario…
Octavio tenía razón, la suerte es la que ofrece oportunidades, no uno. La baraja de oportunidades que el destino nos pone enfrente no es porque nos las de a elegir; simplemente se encarga de dar constancia de que todo puede pasar.
Uno no pierde las esperanzas jamás. Si algo he tenido yo (hincha del Atlas) es la firme convicción de que lo último que se pierde es la esperanza de que, algún día, todo saldrá bien. Miraba constantemente el teléfono con la esperanza de algún mensaje de Claudia. Algo que matara por fin mi incertidumbre. Y de pronto, como una providencial señal del destino, vibró mi teléfono. Has recibido un mensaje. Que sea… que sea…
Menso, ya me bajó.
Y yo que pensaba que esa confesión era íntima, lo grité a todo mundo. Se lo mostré a Octavio y sabiamente, como sólo él y su infinita paciencia para hablar, me dijo: Casi te comes la torta antes del recreo… chingado, yo quería ser padrino…
El júbilo que brotaba de mí era más grande aún que cuando me redujeron la condena porque el tío de Claudia movió influencias. En cierta forma volvía a ser libre.
La libertad es lo que hace al hombre y no el hombre lo que hace a la libertad. Creo que es algo que leí en algún lado o que se me ocurrió. Definitivamente pasa todo a segundo plano, incluso la idea que me había hecho de ser papá, incluso que el Atlas fuera campeón, incluso que cualquier cosa. A Claudia le había bajado y eso me hacía más feliz que haberme ganado treinta millones de pesos. Me hacía más feliz que cualquier cosa. Desangrarse de felicidad, desintegrarse de júbilo, derretirse en alegría. Y no voy a ser papá.
Martes 13
La suerte me volvía a sonreír. Siempre he pensado que uno jamás se puede fiar de su propia fortuna ni entregarse por completo a su destino; sin embargo, algo me hacía pensar que si la posibilidad mínima de que Claudia no quedara embarazada se había vuelto realidad, la idea de que la Lotería Nacional me elegía entre millones de aspirantes a ser el orgulloso delegado a canjear mañana miércoles a primera hora, los treinta millones de pesos.
No me hace tan feliz como la noticia de que no seré papá eventualmente, pero son treinta millones de pesos.
Salí del CEA y me fui con Doña Margarita para revisar el boleto…
Y no, no me gané el premio mayor. Ya era mucho… Me saqué un reintegro, y me compré unos condones…