Te sentaste en el mismo sitio en otro lugar. Como siempre yo daba la espalda al salón y tú te podías enredar con cualquier cosa; perderte pero estar frente a mi. Eso, ya lo sabes, lo aprendí por ahí.
La plática era la parte más trivial de lo que habíamos ensayado. Cada quien antes de ir a un lugar especula y se pronuncia en cada uno de los escenarios, qué decir, qué contestar. Todo, como el ingenio del timbre, como un plan. Uno más de esos que jamás funcionan.
Todavía cuando te veo sigo oliendo mar. Entonces teníamos planes. Teníamos que hacer que el tiempo hiciera tiempo y platicábamos tonterías. Al final, uno cree que, por tener el corazón en la mano, hace las cosas por buena voluntad. Luego llegamos aquí quiero gritarte que soy el hombre más infeliz del mundo.
Ya ni siquiera te prestaba atención. ¿Qué piensas hacer? No sé. Sólo quería salir de ahí, volar, huír otra vez. Pero, ironías de la vida, sólo podía verte hablar en qué consiste para ti la vida y detrás una pared horrenda. No hay salida de emergencia. Curioso. Cuando veo brotes de lástima correr por tu garganta y veo que la ceguera de un destello de diamante ya no te deja ver trato de amenizar el momento. Lo sabes, nunca dejé que te sintieras incómoda.
¿Sabes qué fue muy chistoso? Siempre me prometiste que nunca te habrías de ir, eso. Aquí yo soy el que se ha ido.
Del otro lado 7
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Edgar no quería ser como su papá que la mayor parte del día y de la noche
se la pasaba en la calle, apostando en el frontón y los billares o
financiando ...
Hace 9 años
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