Mañana se suspende el sol

Pasa que cuando uno no tiene nada qué hacer (entiéndase desempleado), piensa en muchas cosas. Y bueno, retomo algún fragmento de las charlas intelectuales con H Ramos, cuando hay cortesía, en las que hacíamos énfasis en la relación de ocio-depresión. Cuando uno no tiene nada qué hacer, se pone a pensar. Y en palabras del tigrete ese, pensar no es bueno. Y, qué pena, tiene toda la razón.

No pretendo enjuiciarme ni nada ni eximirme de culpas. En meses anteriores, justo cuando me cayó el desempleo y no tenía prácticamente nada qué hacer, pensaba mucho. Casi en todas tuve razón, pero tal vez un poco de ignorancia respecto a mi propia persona no tiene nada de malo. Malo es interrogarse a cada momento qué es la vida para mí. Y en dicha búsqueda encontrarse solo, sin nadie que tenga que ayudarte y que, por obligación suprimida, te abandona a tu suerte. Nada mal.

En esos días (y en estos donde pensar se me permite con más claridad), procuré hacerme de un Dios. Y bueno, la verdad es que no pude porque para ello debí dar por entendido que si un Dios me acompaña y me protege es porque lo sabe todo de mí. Pero yo de él no se nada, no sé mucho. No sé ni qué es, ni qué comida, ni qué deporte. No sé nada. No puedo confiar en alguien que no conozco. No sé de qué se trate creer, no entiendo la fé y envidio a quienes sí tuvieron esa fortuna.

Esto lo escribo porque tengo mucho sueño pero no tengo ganas de dormir. Como cuando tienes mucha hambre y lo único que hay es una pinche pechuga de pollo que hay que hervir y la madre y qué hueva. Entonces mis ideas se vuelven un poquito más dispersas y salen con más facilidad. Como lo dije hace un rato, poco tiene que ver la expresión con la razón. Bueno, yo no lo dije, la verdad.

Hoy por el día caí en cuenta que tengo una especie de afición por el sol. Por uno en particular. Que me despierta con gritos al celular y de noche vuelve a salir, puliéndose en un lunar. Y yo no estoy muy convencido de que sea buena idea.