Cuando se descubrió con la navaja amenazando su propio cuello, recordó todo lo que por mil instantes olvidaba. Y no creyó jamás que la locura fuera contagiosa, nunca tuvo la dicha de amar. Desde que sus facultades se lo permitieron acudía al Instituto Psiquiátrico. Ahí vivió y dedicaba largas horas a convivir con locos. Unos más que otros. Todos desterrados de su propia memoria, cautivos de su mismos recuerdos. Como exiliados en un país que les ignora.
Pensó en deslizarla y comenzar a sentir lo helado de su brilloso filo. Era una fría noche de otoño, él estaba solo. Solo en todos los sentidos, ni él mismo lograba hacerse compañía; su simple presencia le parecía insoportable. La amargura que le obsequiaba la nostalgia de memorias que nunca fueron, no podía añorar, no lo conocía. Nunca pensó que sería en otoño, pero desde hace ya varias semanas lo venía planeando.
Respiró y volvió a pensar. A hacer un inútil intento por poner las cosas en su lugar, tal vez cobardía. Un suicidio, en su caso, no sería nunca un acto de cobardía. Era valiente por el simple hecho de vivir, asesinarse correspondía sólo a un acto final, un destello de color en una pintura que ya era bella. Se miró otra vez en el espejo. Por última vez otra vez. Todas las noches coincidía esa mueca de vergüenza, todos los días amanecía su navaja en el mismo lugar, oxidada en su punta y mostrando fiel congruencia con las extrañas zanjadas en el cuello de su autor. Nunca nadie lo pensaba, todos ahí pensaban en otras cosas. No en sí mismos ni en nadie más, en otras cosas.
Los recuerdos no eran para él más que una extraña configuración de extractos de memorias concatenados por alguna especie de atención conciente, que en su menor medida tendían a ser olvidadas. Era todo tan común y tan repetitivo, que era como un parpadeo, inconciente e involuntario. Nunca se despertó decidido a morir, pero tampoco nació con la convicción de vivir. Siempre fue gris. Si por él fuera, hubiera nacido pájaro o camaleón. Cualquier otra cosa, no humano. Sentir le quemaba. La idea de dejar de sentir le aterraba tanto como cuando por las noches no lograba recordar los labios de alguna mujer que en su esquizofrenia las piernas abrió.
Sangró poco, como siempre. Soltó otra vez su navaja en su pequeño tocador y encendió la tele. Y poco a poco los recuerdos volvieron a volar.
Del otro lado 7
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Edgar no quería ser como su papá que la mayor parte del día y de la noche
se la pasaba en la calle, apostando en el frontón y los billares o
financiando ...
Hace 9 años
6 comenterios:
Hola
Precisamente por eso le tomé la foto al letrero de la Tapicería, porque estaba escrito con "S".
Muchas Gracias por la corección en el acento que sobraba, no me había dado cuenta de que estaba de más. Y ya lo modifiqué.
Agradezco mucho tu comentario y tus observaciones.
Tania8a
ah chinga, pos qién anda poniendo y borrando sus propios comments?
y tania, lo decía por lo mismo, pero bueno menos mal que fue un teclazo del demonio.
aaah suprimiendo comentarios eh!...
jajaja qué bueno que estés siguiendo los pasos del éxitobloggero. Llegarás lejos chavo!
el disco del twinx está perronsky
no wey, el autor del comentario lo borró, yo soy administrador no autor, endejo-
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